Durante un tiempo nos dieron por muertos o, peor aún, por desertores de la hombría de buscar una voz propia en medio del sobrecogedor decoro que encabestra cada paso.
-Ni siquiera ha hecho falta disuadirlos; ellos solos se han quedado sin palabras- afirmaban, pasado ya el temblor de piernas, las glebas culturetas en tertulias literarias.
Está bien...
¿A quién le importa?
No hace falta que nos consideren.